5.14.2007

El Soldado de Bronce de Tallin



En la foto, en su ubicación final. La foto de es Jens-Olaf, del excelente blog Estland (en alemán, con muy buenas fotos, para los que no lean este idioma).

Otro blog muy bueno, por si quieren informarse de Estonia es Itching for Eestimaa



No, no es El Soldado de Plomo, el cuento de Hans Christian Andersen. No es un cuento danés del s. XVIII, sino más bien, un cuento post soviético del s. XXI.

Y por la crudeza de la realidad, más parece un cuento recopilado por los hermanos Grimm, pero en versión original, no en una de Disney.

El Soldado de bronce es un monumento a los militares del Ejército Rojo que lucharon y vencieron a la Alemania nazi en la II Guerra Mundial.

Estaba ubicado en el centro de Tallin, la capital de Estonia, una de las tres repúblicas del Báltico y ex-república socialista soviética.

Estonia restauró su anhelada independencia (gracias a que el último gobierno legítimo elegido en territorio estonio antes de la ocupación del Ejército Rojo, encabezado por el primer ministro August Rei, logró huir a Suecia, salvándose de una muerte segura en un campo de prisioneros, el estado estonio nunca dejó de existir) durante el proceso de desmembramiento del Imperio soviético, conducido por el recientemente fallecido presidente ruso y antecesor de Putin, Boris Yelsin.

En febrero pasado, el Parlemento estonio “resolvió que deberían ser retirados todas los monumentos que conmemoren o celebren a ejércitos que agredieron u ocuparon Estonia”. Se imaginan que hay sólo dos alternativas: los alemanes y los rusos, la Wehrmacht y el Ejército Rojo. Y todos pensaron en el Soldado de Tallin.

Las protestas rusas no se hicieron esperar. ¿Se acuerda alguien del retiro de las estatuas de Lenin y Stalin en la Rep. Democrática alemana? Rusia estaba, en aquel entonces, en medio de la perestroika y de la glasnost y nadie reclamó nada. Hoy, con Putin y los petrorrublos en el bolsillo, la situación es bastante distinta.

Acerca del destino de la estatua de bronce, no se acordó nada, de manera que bien podía haberse fundido y haber hecho del metal... arados, como pide el pacifismo...

A principios de mes -durante la noche ya que se temía la resistencia de la minoría rusa en Estonia- el monumento fue retirado por las autoridades legítimamente elegidas en un proceso democrático y que, en consecuencia, como señaló la canciller Merkel, pueden adoptar libremente sus decisiones.

Para los rusos, el monumento es un homenaje a los millones de militares rusos que inmolaro su vida en aras de dar la libertad a los pueblos del Este de Europa.

El problema es que para estonios, letonios y lituanos, el Ejército Rojo no significa solamente liberación; sino que, en el mejor de los casos, liberación de una tiranía para caer en otra.

La marcha de miles de soldados de bronce en territorio báltico, se tradujo en deportaciones en masa, asesinatos, en represión inmisericorde y, desde el punto de vista del derecho internacional, en ocupación de su territorio.

En suma, en el inicio de una nueva represión tan cruel como la anterior.

Además, Estonia mal podía mirar a la URSS como una potencia liberadora si pocos años antes, había firmado con la Alemania nazi, el Pacto Hitler-Stalin, de acuerdo al cual, Estonia, Letonia y Finlandia cayeron en la zona de hegemonía soviética; Lituania, por su parte, en la de influencia alemana.

El pacto entre las dos potencias fue un intento de revertir lo acordado en el Tratado de Versalles y de reconstruir los dos imperios, volviendo al estado anterior a la I Guerra.

Después de que la embajadora de Estonia en Moscú decidió -a instancias de Alemania- “irse de vacaciones” y los jóvenes rusos decidieron abandonar el sitio en torno a una representación diplomática de la Unión Europea en la capital rusa (!), la situación ha ido calmándose. Pese a que se ha iniciado una serie de medidas comerciales en contra de Estonia.

El gobierno estonio decidió (¿o lo habrá decidido antes?) trasladar el monumento incólume a un cementerio militar en la misma ciudad de Tallin. No en las afueras, como han informado errónemanente algunos medios occidentales, sino en la misma ciudad y en un lugar bastante central.

Y, en un gesto increíble, el 8 de mayo, día en que se celebra en Occidente (en la URSS se celebraba el 9 de mayo, costumbre que Rusia, Bielorrusia y alguna otra república continúa) la Victoria sobre Alemania, el primer ministro estonio, Andrus Ansip, el ministro de Defensa y el del Interior hicieron algo que ninguno de sus predecesores había hecho: acudieron al Monumento del Soldado soviético y le depositaron flores en memoria de los soldados del Ejército Rojo caídos durante la guerra. Pero no fueron solos, el cuerpo diplomático los acompañó, todos menos uno: el embajador ruso Nikolai Uspenski.