4.12.2007

El Oscar alemán : La Vida de los otros

El Oscar alemán : La Vida de los otros



Como ya no existe el link en el diario, copio el artículo aquí:

En 1980, la película alemana occidental “El Tambor de hojalata”, basada en la novela homónima del hoy confeso miembro de las Waffen SS, Günther Grass, obtuvo el Oscar a la mejor película en lengua extranjera.

27 años más tarde, otra cinta alemana ha obtenido el Oscar a la “mejor película extranjera”, como se la denomina comúnmente.

“La vida de los otros” no es producto de una parte del país, sino de toda Alemania: de la Alemania reunificada en 1990. La historia, eso sí, está ambientada, en Alemania oriental, en la otrora autodenominada República democrática alemana que poco y nada tenía de democrática.

Al igual que en “Good bye Lenin”, la aplicación práctica del materialismo dialéctico se nos revela como una gran mentira y todo el sistema político y cultural creado al amparo del marxismo, es desvelado como un mundo basado enteramente en la falsedad.

Como película, “La vida de los otros” no me gustó: es muy lenta, la mayor parte del tiempo carece de suspenso. Los diálogos podrían haber sido mejores. También la música. Además, la sobreactuación parece ser un problema típico del cine alemán.

Lamentablemente, una de las mejores escenas, no apareció en la versión final: aquella en que el dramaturgo Georg Dreyman conversa con el ex-ministro Bruno Hempf. Más bien en que el primero -incapaz de escribir después de la caída del bloque oriental- es interpelado por el ex-ministro y éste le cuenta que él, en “la nueva Alemania”, es un hombre de negocios -podríamos llamarlo un capitalista cualquiera- y explica que, se dedica a los negocios: “a los negocios con los rusos”, aclara.

Hempf cuenta además que su hijo es diputado del PDS (sucesor de la SED, el partido único de Alemania del Este) en el Bundestag. Una situación que no está lejos de la realidad.

En cuanto al capitán de la Stasi (policía de seguridad del estado) Gerd Wiesler, me parece que su metamorfosis -ese cambio radical que lo hace proteger a quien debía vigilar y sobre quién debía encontrar pruebas para ser castigado por el estado- no se explica satisfactoriamente.

Sólo podemos hacer especulaciones. ¿Estaba enamorado de la actriz Christa-Maria Sieland? ¿O era un convencido socialista, decepcionado por la promiscuidad del ministro, que se aprovechaba sexualmente de la mujer que él admiraba? Y, ¿en consecuencia, protege a Georg, el conviviente de Christa?

¿O tal vez Wieslar quería impedir los abusos sexuales de los días jueves, en que ella era la víctima del ministro? Excesos que Christa consentía para continuar siendo la actriz número uno del país comunista, en que todo el arte y toda la cultura estaban controladas por el estado...

Georg no le puede pedir fidelidad a ella, fidelidad es una palabra que no existe en su vocabulario. Le pide que no vaya a su encuentro con el ministro, pero ella le contesta “tú tambien te acuestas con el sistema”. ¿Será el arte comprometido políticamente siempre una prostitución?

Wiesler no es Adam Zielinski, en “Karol, un uomo diventato Papa”. No mejora realmente, no es ni parcialmente rebelde, como el subteniente de la Stasi Axel Stigler, destinado a revisar la correspondencia, por el resto de sus días, sólo por haber contado un chiste sobre Honecker.

Si el socialismo real no se hubiera desplomado, Wieslar habría seguido trabajando para el estado. Habría continuado controlando a “los otros”: abriendo su correspondencia y revisando su contenido (la Stasi controlaba un promedio de 600 cartas por hora) y denunciando a los vecinos a quienes vigilaba cada noche desde su amplio departamento (que correspondía a un privilegiado del régimen).

Una de las críticas a la película -proveniente de historiadores y de quienes administran los expedientes de la Stasi- es que, entre los oficiales de la policía estatal no hubo ninguna transformación a lo Wieslar. Nunca un colaborador de la Stasi protegió, ocultó o ayudó a las personas a las que debía vigilar o inculpar.

Al final de la película, Georg Dreyman vuelve a escribir, logra hacerlo después de conocer la verdad: él fue traicionado vilmente por aquellos a quienes servía, en concreto, por el ministro Hempf, quien codiciaba a la actriz que él amaba (elemento algo telenovélico).

Titula su primera obra en la Alemania unificada “La Sonata del hombre bueno”, el último regalo del director de teatro Albert Jerska, el amigo que se suicidó después de ocho largos años en que el estado le prohibió trabajar.

Georg dedica el libro a quien considera su “salvador”, al capitán Wieslar o HGW XX/7, sin conocerlo (sólo lo observa una vez furtivamente por la calle, en lo que es la antitesis del espionaje y la denuncia). Me pregunto si Wieslar puede ser considerado verdaderamente un hombre bueno. Me inclino a pensar que no.